Por: Orlando de la Rosa Jacobo
Miércoles 23 de Mayo del 2012
7:08 pm
…Y cuando ya ha muerto en mí el afán de escribir tu
nombre, bajo un influjo de imperfección, como un dictado de cobardía, me
dispuse a cazar la mirada traicionera de mis más insondables pensamientos.
En tono bajo y levemente atolondrado, inconsciente de la procacidad de mis letras, encumbro mi voz desnuda, abrazo mi guitarra y se
humedecen las cuerdas con la expresión más sincera de mi alma.
Colmado de soledad, acompaño a mi triste noche, me
refugio en le escote de mi cómplice morena, a quien rodeo las caderas, pero
ella a duras penas puede seguir a mi vacilante voz.
Alguno le llamó fusil, para mi, prodigiosa compañera, la que nunca dice no,
la que eternamente ha estado ahí en cada triste noche, y por pusilánime que
fuera mi risa nunca tuvo lástima de mí.
Vacía ya mi copa, dirijo mi lerda tristeza al
conforte de mi almohada, donde se rinden mis sueños de ser feliz, mis ilusiones
de ser y vivir, donde todo lo olvido hasta que vuelva a encontrarme con otra
triste noche.
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